¡Qué xopá!!!
(¡Qué pasó! para los panameños)
Al
igual que hicimos tras acabar nuestro trabajo en India, queríamos viajar unos
meses, el dilema era... ¿por dónde?
Nuestra
primera idea lógica fue: “estamos en África, viajemos por África”. Pero no es
tan fácil como parece.
Un
avión a casi cualquier país de África es más bien caro, especialmente si
quieres volar desde el mismo continente africano. Los visados para entrar a los
países tienen precios desorbitados. Nos hacía especial ilusión visitar Sierra
Leona, pero en su embajada en Banjul nos dijeron que el visado que te permite
visitar el país durante 15 días cuesta 100$, o 150$ si quieres alargarlo hasta
6 meses. Además, si queríamos llegar desde Gambia hasta allí por carretera,
debíamos cruzar otros países como Guinea Bisao o Guinea Ecuatorial... lo que
suponía más visados y, peor aún, más controles policiales cada 20km... (¡seguramente
más caros que un billete de avión!!). La policía para a todos los coches con
blanquitos dentro, al menos en Gambia, poniendo todo tipo de impedimentos
hasta que te canses y sueltes unos dalasis. Lástima que a los catalanes no
nos resulte fácil soltar billetes porque sí
;)
Con
un continente entero descartado la cosa era más fácil. Yo nunca había cruzado
el charco y tenía ganas de visitar las Américas. “¿Qué tal Chile y Argentina?”,
pensamos. Lo descartamos al ver que en
el sur de ambos países están ahora a 0ºC. Demasiado duro para nosotros pasar
del calor de Gambia al frío de Argentina.
“¿Que
tal América Central? En Panamá está viviendo mi prima Encarna, así que podíamos
empezar allí y pasar 2 meses visitando Panamá y Costa Rica... ” y si nos
sobraba tiempo siempre podíamos cruzar a Colombia o Nicaragua. Ya sabéis que
cuando viajamos no llevamos plan previsto.
Decidido.
Próximo destino PANAMÁ.
Tras
una escala de una hora en Atlanta, en la que nos sentimos como en una peli
americana debido a los extremos controles de seguridad por los que te hacen
pasar, llegamos a Panamá City.
Empezaríamos
visitando algunas zonas de Panamá antes de cruzar a Costa Rica, dejando algunas
cosas pendientes para la vuelta.
Lo
primero que vimos fue Ciudad de Panamá, y nos sorprendió muchísimo. Quizá es
porque veníamos de Gambia, pero tantas luces... tantos rascacielos.... nos
encantó.
Pasamos
tres días visitando la ciudad de la mano de un gran guía: Juan, el marido de mi
prima Encarna, él es panameño y hace un año que vinieron a vivir a Ciudad de
Panamá con su hija Noa. Llegamos
casi sin haber preparado el viaje, así que dejamos que fuesen ellos quienes nos
guiasen.
Pero lo primero que hicimos fue bañarnos en su piscina. Tras cinco meses de calor en África siempre se agradece una piscina, sobre todo con las impresionantes vistas que teníamos.
Pero lo primero que hicimos fue bañarnos en su piscina. Tras cinco meses de calor en África siempre se agradece una piscina, sobre todo con las impresionantes vistas que teníamos.
Por la tarde salimos a pasear por el casco viejo, con las impresionantes vistas a lo
lejos del "Panamá nuevo".
No
nos pudimos resistir a probar los refrescantes raspados: hielo picado cubierto
de zumo de fruta y bañado con leche condensada.
También
hemos conocido comida típica panameña cocinada por Juan, como el arroz con piña,
batido nutritivo y refrescante, o los patacones (plátano verde frito), sin
duda una de las cosas que más nos ha gustado.
Y
por fin, tras un año y medio viajando, tenemos una foto en la que aparecemos
los dos juntos.
Con
muchas cosas pendientes por visitar a nuestra vuelta a la capital, pusimos
rumbo a las playas de Santa Catalina.
Santa Catalina
Santa
Catalina se caracteriza por tener buenas olas para practicar surf. Para los amateur (vamos, los que como yo no han cogido una tabla en su vida) se
recomienda especialmente Playa Estero, a un par de kilómetros. Hacia ahí nos
encaminamos.
Sólo
llegar se puso a diluviar, así que hubo que esperar:
Llovía
tanto que decidimos descansar en la habitación hasta que parara un poco. Pero
antes de entrar a la habitación nos esperaba una sorpresa: justo en la puerta había
una tarántula. Sí, sí, una araña enorme llena de pelos negros.
Lo
primero que hice fue ir a hablar con el dueño para preguntar si era peligrosa y
si había antídoto en caso de que te picara. Me dijo que estaba en la selva y
que era normal, y que no nos preocupáramos que no nos moriríamos si nos
picaba...
Esa
noche la pasamos ahí, con una tarántula en la puerta, con un diluvio que nos
inundó la habitación y nos mojó las mochilas, y con cangrejos entrando y
saliendo para resguardarse de la lluvia. No es que fuera demasiado para
nosotros, en peores plazas habíamos toreado, pero casi mejor cambiar de hotel...
Y
no nos equivocamos, el lugar escogido era precioso. Una cabaña con el techo de
paja en lo alto de una colina frente al mar.
Aunque
ahí también tuvimos invitados sorpresa:
Al
menos podríamos estar tranquilos de no encontrar ningún ratón merodeando cerca.
Las
vistas desde la hamaca eran preciosas...
...
y permitía ver en todo momento el estado de la marea y de las olas.
Era
el momento. Tocaba intentar ponerse encima de una ola, o como mínimo
intentarlo. Iván ya ha hecho surf en California y Hawái, así que él iba a ser
el profesor.
Tengo
que decir que es más difícil de lo que parece. Creo que los surfistas tienen un
muelle que les permite ponerse de pie en la tabla en cuestión de segundos. Y yo
nací sin ese muelle.
Había
tantas olas que cuando por fin conseguías colocarte y coger una ola, estabas
demasiado cansada como para poder ponerte de pie. En mis primeras clases lo máximo
que conseguí fue ponerme de pie con una pierna y semiflexionar la otra. Prometo
seguir intentándolo.
Y
antes de que anocheciera, un paseíto por la playa.
Así
pasamos tres días antes de encaminarnos a nuestro siguiente destino: Santa Fe,
un pequeño pueblo entre montañas.
Santa Fe
Tuvimos
la suerte de encontrar ahí un hostal genial. Para ahorrar intentamos siempre
alojarnos en dormitorios (habitaciones con varias camas que compartes con otra
gente), pero resultó que pasamos 4 días en un dormitorio totalmente solos.
También
teníamos una cocina para poder prepararnos las comidas. En los hostales de por
aquí es muy normal, de esta forma no tienes que estar comiendo siempre fuera.
Así que íbamos al súper chino a comprar (sí, los chinos también han llegado hasta
aquí y se han hecho los dueños de muchos supermercados) y nos preparábamos la
comida.
Y
lo imprescindible: nuestras dos hamacas.
Los
días los dedicamos a hacer distintas excursiones por la montaña, casi siempre en
busca de una cascada donde poder darte un bañito.
La
primera excursión empezó subiendo una carretera con mucha pendiente durante
unas 5 horas, pero con unas vistas increibles y acompañados de un amigo que
hicimos en el hostal. No se separó de nosotros, de hecho, él fue nuestro
guía porque se sabía el camino al dedillo.
Cuando
el camino asfaltado acabó entramos en medio de la selva hasta llegar a una
pequeña cascada con una mini piscina a sus pies.
A
remojarse los pies...
y
descansar un rato:
No
encontramos ningún animal fuera de lo corriente, pero sí un montón de mariposas de muchos colores.
Al
día siguiente fuimos a otras cascadas más pequeñas, pero suficientemente
profundas para poder bañarte. Tras tres horas de excursión no fue nada fácil cruzar
el rio, aunque al rato un rebaño de vacas lo cruzaron sin problema... que cara
de tonta se me quedó al ver lo que nos había costado.
Y
por fin el bañito deseado.
Dejamos
para el último día la excursión más fuerte, 15 km de subida y 15 de bajada.
Como no vamos a adelgazarnos con las palizas que nos damos, pero las vistas
merecieron la caminata.
Al
llegar arriba nos encontramos con una casita. El
cabeza de familia se dedicaba a llevar turistas a unas cascadas cercanas. Además, si
querías, la mujer te preparaba la comida por muy poco dinero. Pero antes tocaba
refrescarse.
Como
el cabeza de familia no estaba, fue el hijo menor el que nos hizo de guía.
Por
el camino nos explicó que era el menor de 13 hermanos y que de mayor quería
hacer de guía igual que su padre, pero que, para hacerlo mejor, una americana
amiga suya le estaba dando clases de inglés... ¡Tan pequeño y con visión de
futuro!
A
disfrutar un rato de las cascadas...
Y
a comer lo que la madre del guía nos había preparado.
Un
poco de arroz blanco, unas rodajas de tomate y unos huevos revueltos con
cebolla, acompañado por café y jugo de guayaba. ¡Todo riquísimo!
Mientras
comimos fueron llegando los hijos del colegio y se sentaban a nuestro alrededor
a hablar con nosotros. ¡Resulta que los niños caminaban cada día una hora
montaña arriba para ir a la escuela!! Y yo me quejaba de hacer transbordos para
ir a la uni....
Ellos
viven felices en medio de las montañas, no saben que es internet ni tampoco quieren descubrirlo. Por el momento ninguno de los hijos que conocimos
tenía intención de irse a vivir a una gran ciudad, estaban encantados con sus bosques.
Nos
despedimos de ellos y empezamos el descenso por un
atajo que bordeaba las montañas. Precioso.
Tras
tantas caminatas, tocaba un poco de descanso, así que elegimos playa como
siguiente destino, concretamente una isla cerca en el archipiélago de Bocas del
Toro: Isla Bastimentos.
Isla Bastimentos
Tras dos autobuses, una lancha y una barca de pescadores llegamos a Isla Bastimentos, una
isla situada en la costa del Caribe de Panamá.
De
camino hacia la isla conocimos a Nadia y Steve, una pareja alemana que llevaba
unos meses viviendo en Colombia y que habían decidido cruzar América central,
desde Colombia hasta Méjico, antes de bajar hasta Chile para quedarse unos meses. Vinieron con nosotros, así que cuando empezamos a
buscar hotel intentamos que hubiera dos habitaciones relativamente juntas para
poder pasar unos días con ellos. En uno de los hoteles nos encontramos este pequeño huésped:
Tras mirar en todos los alojamientos de la zona, lo conseguimos: dos habitaciones
con dos camas de matrimonio cada una, unas vistas espectaculares y lo mejor de
todo, una terraza para los cuatro con dos hamacas y una mesa en la que poder
comer.
Acondicionamos
la habitación para que los mosquitos no nos picaran, estamos hartos de
rascarnos y usar un repelente al que los mosquitos son inmunes. La única forma de
evitar a esta mutación tropical de mosquitos es dormir en una cápsula usando la
mosquitera que mis compis me regalaran antes de irme a la India (sí nenis, sí,
aún la tengo y la uso. ¡Uno de los regalos más amortizados de mi vida!!)
Como nos sobraba una cama, la usamos para hacer los Skypes con la
familia o escribir el blog. Siempre intentando estar lo más relajada posible
haga lo que haga... Lo de detrás mio no es un cuadro, es una vendana por donde literalmente se metía la infinita vegetación.
Ésta
es la super terraza para cuatro.
Y
estos somos nosotros desayunando mientras acabábamos de planificar el día.
Tuvimos
muy mala suerte y de los tres días que pasamos allí dos estuvo nublado o lloviendo.
Así que los momentos de lluvia los veíamos desde la terraza.
Pero
la lluvia no siempre es algo malo. Mientras charlábamos en la terraza
resguardados de la lluvia pudimos ver como algunos delfines jugaban en el mar.
Siento que la única foto sea ésta, pero para que quede constancia ahí os la
dejo.
Lo que hicimos el día siguiente no os lo puedo mostrar en fotos ya que lo
pasamos haciendo snorkel y aún no tenemos una cámara acuática. Sólo
decir que fue genial nadar entre manglares, coger estrellas de mar que no me
cabían en las dos manos e incluso ver un tiburón cuando ya íbamos seguros en la
barca de camino al hotel.
Otro
día lo aprovechamos para ir a las playas del otro lado de la isla, pero tanto los isleños como la policía
nos advirtieron que cruzando la selva de camino a las playas a menudo había
habido robos. Así que cogimos una bolsa del Caprabo (o del super chino que es lo que hay aquí...) y, a parte de la cámara,
únicamente cogimos una botella de agua y las toallas. Esto es lo que encontramos tras media hora pisando barro:
Y
estando ya tan cerca de la frontera con Costa Rica... ¿por qué no cruzar y
continuar visitando lo que nos queda de Panamá a la vuelta?