miércoles, 16 de noviembre de 2011

Laos- MUANG LA

Sàt-wà-dee!!!

Tras visitar dos puntos importantes como Vientiane y Luang Prabang, bien conocidos por todo aquel que viene a Laos, decidimos subir al norte con la intención de encontrar un poco de lo que esperábamos que nos diera este país: pueblos de cabañas perdidos en la montaña, treks por la selva hasta tribus escondidas y sobre todo la posibilidad de interactuar con la gente local que, al fin y al cabo, es lo que más nos gusta.

Llegamos a Muang La tras 6 horas metidos en un minibús local con menos asientos que pasajeros. Cuando esto ocurre el autocar tiene los medios logísticos necesarios: unos taburetes de plástico colocados en el pasillo.


La guía no explica gran cosa de este lugar, únicamente que es un pueblo perdido entre montañas donde puedes encontrar aguas termales naturales que emanan al lado del río. Supongo que el hecho de que la guía no preste especial atención hace que los turistas no paren en él y le da el encanto y la tranquilidad que buscábamos.


Íbamos con la intención de pasar allí un solo día, pero el hecho de no tener ningún plan establecido (¡y de lo bien que se estaba!) hizo que nos quedásemos tres.

Estuvimos siguiendo los caminos que recorren las montañas sin perder nunca de vista el río.


Nos acercamos para ver como unos niños equipados con unas gafas de buzo y una bolsa pescaban. Únicamente sumergen el cristal de las gafas en el agua y la mayoría cazan los peces con las manos cuando los ven pasar, aunque algunos utilizan arpones sencillos que ellos mismos han fabricado.



Llegamos a un poblado en el que por la cara de la gente pudimos darnos cuenta que no pasaban muchos turistas.


Estuvimos jugando con unos niños que estaban en lo que parecía una escuela.


Les enseñamos la cámara y, por primera vez en Laos, todos posaron para la foto.

 
 
Continuamos el paseo entre campos de cultivo y niños que nos adelantaban por todos lados con su inseparable paraguas que les protege del sol.

 

Hasta el portero en un partido de futbol de un colegio paraba el balón con un paraguas en sus manos.
  

Pasamos un buen rato con dos niños pequeños que parecían más interesados en el partido de fútbol que en querer ir al colegio. A diferencia de la India, aquí es más bien difícil que los niños, y mucho menos los adultos, interactúen contigo. Así que en cuanto conseguimos la mínima sonrisa de alguno, nos pasamos horas allí.


Pero a lo que básicamente dedicamos los tres días fue a:

1.- Comer noodles. En el pueblo no hay otra cosa, y aún gracias. En qué nos vimos de encontrar un sitio donde nos hicieran un café. De hecho sólo había un restaurante en todo el pueblo. Al principio creíamos que había dos, una más grande y otro que sólo consistía en una mesa en el patio de una casa y que nos dejaba el plato de noodles a un precio que nunca antes habíamos visto, baratísimo.
    Ahí me tenéis comiendo con la señora que me los preparó.


    Al día siguiente cuando volvimos no había comida ni nada, resultó que no era un restaurante sino el patio de una buena mujer que nos sirvió su comida al ver que nos sentábamos tan decididos y que, como vio que queríamos pagarle, pues nos cobró lo que buenamente creyó.

    2.- Cruzando el rio. Unas veces por el puente.

      Y otras por el agua.

       
      Tanto cruzar el río de un lado a otro hizo que me diera un buen golpe en el dedo gordo del pie. Como no, ahí estaba el reportero Iván con la cámara para no perder detalle.



      Y así quedó mi dedo a las pocas horas.



      No es un efecto del photoshop, parecía una morcilla. Tranquila mama, tras unas curas con Voltarén mi dedo ha vuelto a ser normal.

      3.- Y lo que sin duda más hemos disfrutado durante cada tarde han sido las termas. A partir de las 17.00 y hasta las 19.00 todo el pueblo acudía al río a darse su baño diario y a disfrutar de las aguas termales.
        Parece mentira que lo que para nosotros es un placer que hay que pagar para poder gozar, para ellos sea algo tan normal.

        El ritual cada día era el mismo, y debo confesar que al segundo día nosotros ya lo seguímos a rajatabla.

        Salíamos del hotel, Iván con su bañador, yo con un pareo a modo de vestido (lo que ellos llaman sarong) y cargados con una pastilla de jabón, champú, una toalla y la ropa sucia. Al llegar al río nos dábamos un baño junto a todo el pueblo, que ya veía normal que estuviéramos allí. Y a continuación al agua termal.

        Para retener las aguas termales habían construido un recinto de piedras y colocado una estructura de bambú en la que podías mantenerte  a flote, ¡el agua estaba ardiendo!


        Así pasamos cada atardecer, del agua caliente al agua fría y viceversa. Las mujeres me enseñaron que con una piedra de río se exfoliaban la piel del cuerpo y así empecé a hacerlo yo, ni piedra pómez ni tonterías.

        Llegan, se quitan la ropa, los hombres se bañan en ropa interior y las mujeres en sarong, y finalmente se meten en el agua a charlar.

        Hice una foto de lejos y deprisa y corriendo, no quise incomodarlos con la cámara. Pero por ahí está Iván como uno más del pueblo.



        Por supuesto los monjes del templo del pueblo también se bañaban con nosotros antes de retirarse a su oración diaria de las 18.00h.

        Y cuando habías tenido suficiente calorcito, te metías en el río. Con jabón te aseabas, te lavabas el pelo, limpiabas la ropa sucia, te secabas, te ponías ropa limpia y listo para ir dormir.

        Antes creía que se trataba de integrarse o morir. Estaba equivocada, la frase es  INTEGRARSE Y VIVIR, no hay mejor forma de conocer sus costumbres, su vida diaria. Es una experiencia brutal.


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