lunes, 5 de diciembre de 2011

Laos - BOULAVANT PLATEAU y las 4000 ISLAS



Sàt-wà-dee!!!

A sólo 10 días para que finalizara nuestro visado, decidimos renunciar a unas cuevas situadas en el centro del país y bajar directamente al sur. Para ello hicimos el viaje más largo que hemos hecho en nuestra vida.


Ya llevábamos un par de horas en barco. Desde donde nos dejó el barco tuvimos que coger una especie de tuc-tuc gigante que tras 4 horas de viaje nos llevaría hasta Luang Prabang. El vehículo tenía capacidad para unas 16 personas, pero en él íbamos 31 personas, 5 sacos de arroz, 3 gallinas aún vivas, ¡más todo lo que había en el portaequipajes de arriba! Lo único que no había eran amortiguadores, vaya viajecito…


Una vez en Luang Prabang, y sin parar para descansar, nos subimos a un autobús que tardaba 14 horas en dejarnos en la capital (Vientiane). Una vez allí esperamos 3 horas y media para coger otro que nos debía dejar en Pakse (destino final) en tan solo 10 horas, pero en vez de 10 horas fueron 14. Así que nos cascamos sin parar un viaje de 37 horas y media para recorrernos el país de norte a sur.

Pero ahí no acabó la cosa. Lo ideal es que a esas horas el conductor nos hubiese dejado en el centro para que pudiéramos buscar algún sitio donde dormir, pero resulta que nos dejó a las 2 de la madrugada en una carretera de mala muerte sin ningún tipo de señalización. Imaginaros que en Barcelona el conductor os hace bajar a esas horas en medio de la Ronda Litoral.

Así que empezamos a andar con las mochilas a cuestas y destrozados. Tras 45 minutos encontramos un sitio donde dormir, estábamos reventados.

Pakse no tiene nada interesante que visitar, de hecho la única fotografía que tenemos es de un templo por el que pasamos.



El interés de Pakse radica en el hecho de coger una moto y realizar un looping de varios días alrededor de un altiplano lleno de cascadas y vistas espectaculares.

Así que alquilamos una moto durante 4 días, hicimos la mochila y de ruta.


Vimos infinidad de cascadas durante la ruta, unas más espectaculares que otras. Eso sí, nos bañamos en casi todas.








En esta encontramos a un hombre pescando de la misma forma que nos habían enseñado en el trekking de Phongsali.


Aunque ahora ésta parece una ridiculez, en época de lluvias el agua cubre toda la pared.


Para llegar a muchas de estas cascadas hay que dejar la moto y andar un poco, y normalmente hay niños que te enseñan el camino a cambio de algún kip…

 
En otras vas por tu cuenta y a menudo tienes percances, como el que tuve yo cuando mis pies se empezaron a hundir en el lodo… ¡¡qué sensación tan mala y asquerosa!!


Tras mis pies embarrados podéis ver los dos agujeros que hice. Ante estas cosas sólo queda reír…


Además de ver cascadas hicimos una de las cosas que más nos gusta y que nos permite conocer un poco más como viven los laosianos: desayunar en los mercados. Encuentras paradas con las dependientes balanceándose en una hamaca…


Otras parece que acaban de llegar, aunque es probable que así estén cómodas…


Para comer puedes encontrar de todo:

Ranas frescas…


Patas de gallina fritas…


Algo indescriptible lleno de pelos negros…


Rata a la brasa…


… y cucarachas, larvas, saltamontes, gusanos, arañas… ¡incluso murciélagos!! Nosotros intentamos probarlo todo, aunque a menudo no tenemos ni idea de lo que estamos comiendo.


Por suerte hay recursos que nunca nos fallan, como una buena sopita de noodles…


o un bocadillo de lo que sea…


Y la Beerlao fresquita que no falte… 


Sin lugar a dudas, una de las cosas más satisfactorias del sur de Laos es su gente. Son mucho más abiertos que en el norte, es en esta parte de Laos donde hemos encontrado la gente de Laos de la que todo el mundo habla, gente que lleva una sonrisa en la cara cada vez que te ven y que están siempre dispuestos a intentar intercambiar alguna palabra contigo.

Todos intentan hacerse un hueco para mirarte cuando pasas…


En el mercado de Attapeu, unas mujeres mayores montadas en una caravana muy ornamentada a modo de templo rodante nos bendijeron, nos pusieron unas pulseras de la suerte mientras recitaban oraciones con los ojos cerrados y, aunque parezca mentira, no nos pidieron nada a cambio.



Caminando en busca de unas cataratas llegamos a un poblado en el que encontramos a las mujeres del pueblo sentadas en el suelo de una especie de plaza, nos animaron a sentarnos con ellas. Pasamos más de 2 horas intentando comunicarnos mediante gestos y risas. Una gran tarde.


Y como no, los que más acaban enseñándonos siempre son los niños.

En el camino de vuelta a Pakse empezó a diluviar y tuvimos que hacer más de cinco paradas en tan solo 10 km, estábamos desesperados. En una de ellas nos cobijamos en la entrada de una tienda, de la que salieron estas cuatro niñas que estuvieron jugando con nosotros hasta que la lluvia aminoró.


Y con estos otros nos encontramos intentando desenredar su caña de pescar mientras uno de ellos, muerto de sueño, agarraba con fuerza la lombriz que les serviría de cebo.



Nos quedamos un rato con ellos ayudándolos y viendo la destreza que tenían. Mientras dejaban la caña anclada en la orilla del río, se iban a buscar más lombrices.


Aunque tuvimos que hacer varios altos en el camino para confirmar la ruta, los paisajes fueron alucinantes, como siempre en Laos.






Y tras cinco días en moto llegaba el momento de descansar. Cogimos un bus y una barca que nos llevó directos a unos días relajantes en las 4000 islas. Así se denomina una zona de meandros del río Mekong en la que se forman infinidad de islotes. Nosotros nos alojamos en el más pequeño de los que están habitados: Don Khon.

 
Pasamos muchas horas descansando en la terraza de nuestra guesthouse, con una hamaca y un ventilador para cada uno. Además, si lo pedías, te traían la comida para que te la tomaras con vistas al río.

El de la hamaca es Iván y al lado está la oficina que me monté para ir escribiendo el blog.


Dedicamos los días a pasear…


En uno de nuestros paseos nos quedamos a ver como un chico subía a una palmera para limpiarla y recoger cocos, con la única ayuda de un machete y una cuerda que le mantenía unidos los tobillos. Algo alucinante, la fuerza que tenía para poder subir hasta lo alto.


Como no, también hubo ratos para jugar con los más pequeños.


Iván necesita fútbol y yo no soy muy buena, así que siempre que puede aprovecha…


Esta es la niña del restaurante. Se me rompieron las gafas y se las regalé. No lo dudo ni un segundo, se las puso y posó para la foto.


Por supuesto, también disfrutamos de las puestas de sol.



También alquilamos unas bicis para recorrer la isla. Hubo tramos más difíciles que otros…


Pero el paisaje mereció la pena.


Con las pilas cargadas tras tres relajantes días, estábamos listos para empezar una nueva aventura en el país vecino: Camboya.

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